El aristócrata se nos presenta como persona de gran educación, obediente a un protocolo social rígido. Pero no produce bienes ni servicios; ninguna riqueza nueva se crea como resultado de sus esfuerzos. Hereda la riqueza creada por generaciones anteriores de directivos y trabajadores productivos. La incapacidad de distinguir entre la persona y el cargo, o entre la personalidad y el poder, es un rasgo de la aristocracia.
Está en el carácter del aristócrata lo de creer que la situación adquirida de autoriza a servirse sin tener que rendir cuentas a nadie. Al mismo tiempo existe una irresponsabilidad total y falta de comprensión para con los de abajo. El aristócrata niega la realidad, corrompe los valores, es arrogante e incomprensible.
La incapacidad del aristócrata es, en parte, una incapacidad para emplear el capital de manera que sea provechoso para la riqueza de la sociedad, cree que está en su derecho de utilizar el dinero de otras personas de cualquier manera que a él le parezca bien, y esa convicción es una de las muchas formas de la arrogancia que afligen a la cultura.
Aunque las compañías verdaderamente aristocráticas no abundan, sí es frecuente, en cambio, la tendencia al régimen aristocrático. Esa tendencia es responsable, en parte, de la reciente oleada de absorciones empresariales. Los directivos se han acostumbrado a la táctica del crecimiento por ampliación y los ingresos se gastan en adquisiciones que, al ser luego administradas de un modo poco creativo, reducen todavía más el valor de las acciones.
Está en el carácter del aristócrata lo de creer que la situación adquirida de autoriza a servirse sin tener que rendir cuentas a nadie. Al mismo tiempo existe una irresponsabilidad total y falta de comprensión para con los de abajo. El aristócrata niega la realidad, corrompe los valores, es arrogante e incomprensible.
La incapacidad del aristócrata es, en parte, una incapacidad para emplear el capital de manera que sea provechoso para la riqueza de la sociedad, cree que está en su derecho de utilizar el dinero de otras personas de cualquier manera que a él le parezca bien, y esa convicción es una de las muchas formas de la arrogancia que afligen a la cultura.
Aunque las compañías verdaderamente aristocráticas no abundan, sí es frecuente, en cambio, la tendencia al régimen aristocrático. Esa tendencia es responsable, en parte, de la reciente oleada de absorciones empresariales. Los directivos se han acostumbrado a la táctica del crecimiento por ampliación y los ingresos se gastan en adquisiciones que, al ser luego administradas de un modo poco creativo, reducen todavía más el valor de las acciones.
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