En esta fase, la empresa conserva su territorio, y crea y mantiene el orden. Es ahora cuando los líderes triunfadores se enfrentan a su reto máximo. ¿Serán capaces de continuar el movimiento de progreso, de seguir mostrándose creativos y decisivos, de mejorar aún más su competencia y, al mismo tiempo, de administrar el territorio ganado?
El líder suministra la visión, los valores y la intención que ponen en marcha el movimiento; la dirección canaliza las energías creadas por el liderazgo. Así como el liderazgo es necesariamente personal, la dirección es necesariamente impersonal. En la era administrativa, sin embargo, la energía se ve cada vez más desplazada por las mentalidades que piensan en términos de números. Para el administrador, lo suyo no es la acción, sino la reacción. Ellos aseguran el terreno y lo dominan, esa es la actividad del administrador, así como implantar el orden y la seguridad, o crear condiciones para una comodidad y una seguridad todavía mayores.
El estadio de los administradores puede identificarse por el cambio de la postura ofensiva a la defensiva; la atención pasa de lo exterior a lo interior y ello coincide con el logro de la prosperidad.
Las posiciones clave, en el estadio administrativo, van siendo ocupadas por el staff, entendidos en dinero y en números, aunque no en productos y servicios; y la atención se dirige hacia dentro, al mantenimiento del orden y a la conservación del territorio. Lo que quieren son certidumbres, y, desde luego, no les agradan los riesgos.
Los planificadores estratégicos y los directores administrativos, como dan más importancia a los números que al conocimiento del producto en el mercado, generan planes cuyo efecto consiste en que la influencia de los administrativos se extienda más allá de su área de verdadera competencia.
En la era administrativa, los directivos deben reestructurar la organización entera periódicamente como un antídoto contra el “estado de comodidad”, y para hacer que cada jefe u cada empleado se centren otra vez en el cliente. El atasco organizativo y la inercia psicológica que el mismo promueve se combaten solo mediante esfuerzos deliberados de perfeccionar la comunicación entre funciones, reducir estratos jerárquicos, infundir sentido de responsabilidad en la base, poner énfasis en el servicio al consumidor y mantener a la alta dirección en contacto con la actividad funcional de la organización. Este proceso de reestructuración debe basarse en la idea de “quemar” la organización de vez en cuando y volver a empezar.
Es una era de fe en los sistemas, y si bien la mejora de éstos y de la estructura tiene cierta razón de ser, tampoco sería oportuno fiar demasiado en su valor y su importancia. Cuando llega la era administrativa, la empresa ha entrado en la madurez. Durante esta cuarta fase, a medida que van añadiéndose más estratos jerárquicos y más sistemas de control, la toma de decisiones se aleja cada vez mas del empleado común y corriente o del encargado de la cadena de montaje. Las compañías que han logrado superar los achaques de la era administrativa han aprendido a fomentar y recompensar tanto la productividad como la calidad.
El líder suministra la visión, los valores y la intención que ponen en marcha el movimiento; la dirección canaliza las energías creadas por el liderazgo. Así como el liderazgo es necesariamente personal, la dirección es necesariamente impersonal. En la era administrativa, sin embargo, la energía se ve cada vez más desplazada por las mentalidades que piensan en términos de números. Para el administrador, lo suyo no es la acción, sino la reacción. Ellos aseguran el terreno y lo dominan, esa es la actividad del administrador, así como implantar el orden y la seguridad, o crear condiciones para una comodidad y una seguridad todavía mayores.
El estadio de los administradores puede identificarse por el cambio de la postura ofensiva a la defensiva; la atención pasa de lo exterior a lo interior y ello coincide con el logro de la prosperidad.
Las posiciones clave, en el estadio administrativo, van siendo ocupadas por el staff, entendidos en dinero y en números, aunque no en productos y servicios; y la atención se dirige hacia dentro, al mantenimiento del orden y a la conservación del territorio. Lo que quieren son certidumbres, y, desde luego, no les agradan los riesgos.
Los planificadores estratégicos y los directores administrativos, como dan más importancia a los números que al conocimiento del producto en el mercado, generan planes cuyo efecto consiste en que la influencia de los administrativos se extienda más allá de su área de verdadera competencia.
En la era administrativa, los directivos deben reestructurar la organización entera periódicamente como un antídoto contra el “estado de comodidad”, y para hacer que cada jefe u cada empleado se centren otra vez en el cliente. El atasco organizativo y la inercia psicológica que el mismo promueve se combaten solo mediante esfuerzos deliberados de perfeccionar la comunicación entre funciones, reducir estratos jerárquicos, infundir sentido de responsabilidad en la base, poner énfasis en el servicio al consumidor y mantener a la alta dirección en contacto con la actividad funcional de la organización. Este proceso de reestructuración debe basarse en la idea de “quemar” la organización de vez en cuando y volver a empezar.
Es una era de fe en los sistemas, y si bien la mejora de éstos y de la estructura tiene cierta razón de ser, tampoco sería oportuno fiar demasiado en su valor y su importancia. Cuando llega la era administrativa, la empresa ha entrado en la madurez. Durante esta cuarta fase, a medida que van añadiéndose más estratos jerárquicos y más sistemas de control, la toma de decisiones se aleja cada vez mas del empleado común y corriente o del encargado de la cadena de montaje. Las compañías que han logrado superar los achaques de la era administrativa han aprendido a fomentar y recompensar tanto la productividad como la calidad.
0 comentarios:
Publicar un comentario